Llega a parecer algo sumamente absurdo el
tener que cuestionarnos en la actualidad el concepto de defensa de la
vida, después de todas las luchas y procesos por los que ha pasado la
humanidad en el último siglo, donde los cuestionamientos sobre derechos humanos
y dignidad humana orientan solo a un hecho irrefutable, que la vida es un
bien apreciable, que nadie puede influir o tomar dominio sobre esta y que el
quitar la vida a otra persona es el mayor crimen considerable. Aun así en
los últimos 50 años se escuchan discusiones respecto a la legalidad de crímenes
como la eutanasia o el aborto. Este último lo defienden bajo un falso concepto
de aborto terapéutico, o bien, la libertad de decisión femenina sobre “sus”
cuerpos.
Durante los últimos años los se ha
dispersado una gran variedad de ideas pro aborto, buscando su legalización en
Chile como en el caso del aborto terapéutico, que en Chile es un concepto
imposible de asimilar considerando que en los últimos años en índice de muerte
en un parto ha disminuido en un 99.1% siendo aún mejor que en países
desarrollos. Otro de los argumentos planteados es el derecho de la mujer de
decidir con respecto a “su” cuerpo con lemas como “mi cuerpo, mi decisión” y
tienen toda la razón, es su cuerpo, pero la persona que está en formación
también tiene derecho sobre su cuerpo y su vida.
Este cuestionamiento sobre la legalización
de algo tan horrible como el asesinato de otro individuo, cuyo corazón late,
que piensa, que siente y que tiene el maravilloso don de amar a otros y que por
sobre todo tiene los mismos derechos de vivir que cualquier persona en el
mundo, reflejan una sociedad que desvalora el precio de la vida, que
valoriza cosas superficiales con un claro interés materialista. El Papa
plantea en su carta evangeli
gaudium “...El gran riesgo
del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los
demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien...”
Es por esto que como iglesia debemos
permanecer como presencia viva de Dios, actuando como una linterna puesta
en alto para llevar la luz de Cristo al mundo, defendiendo a sus hijos y
nuestros hermanos en formación, y permanecer en constante acción y
oración con tal de defender a aquellos que no pueden hablar por sí
mismos. La única manera de hacerlo es desde el amor de Cristo y la
compañía de María, mostrando al mundo y a las mujeres que consideran la opción
del aborto que no están solas, que tienen una madre que está dispuesta a
acompañarlas.
Por Bayron
Toro Toro